Caminar por el este de Londres, es encontrarse con una amalgama para nada extraña entre lo cool y lo marginal. Hay un cierto aire de lo subterráneo, lo antisistema que resiste y es vuelto moda en un mismo -y ¿efectivo?- paso. El East End tour nos promete la “otra cara” de Londres. Como si tuviera solo una o dos.
En mi opinión, no hay un solo lado B de Londres. Les mentí. Mala mía. Hay un lado B, B’, B’’, C, D, E, E’ y, disculpen lo posmo: me quedo corta. Pero, es cierto, a los fines turísticos, el East End sería el destino vibrante, creativo y culturalmente diverso entre tanto Buckingham y Kensington Palace. Coincido. Es como si el Londres “clásico”, el de los estereotipos, se desacartonara y de repente nos sorprendiera con graffitis y basura en las calles (sí, ¡basura de verdad!).
Me preguntaba cuánto tiene el East End de “verdadera esencia londinense”, y cuánto tiene de “resistente-empaquetado-como-chic” listo para vender, cuando mi estudiante de ciencias sociales interior se enojó, me golpeó y me apuñaló -sí, es un poco violenta-. Y en el medio de todo eso, alcancé a escucharle: “¿acaso existe la “esencia” de un lugar? ¿Te parece que podría existir alguna especie de esenciómetro que nos tire la posta? No, ¡por supuesto que no!” *cierra la puerta y corre entre llantos tras el apuñalamiento*.
En fin (o en comienzo, qué más da), todo esto viene a cuento de lo que vi y escuché en ese Lado B’’’’ londinense. Una historia larga y donde les prometo no más intervenciones filosóficas pero sí una mezcla de arte callejero, Banksy, el barrio Bangladesh, Obama, la reina, la basura, Jack El Destripador, un señor muy sucio, un mercado, un hospital y huesos. Sólo eso. Vamos por partes, como diría…bueno, ya saben.
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Banksy, Obama y el arte callejero
El East End es arte callejero. Las paredes están repletas: stencils, graffitis, murales. Todos conviven, no sin tensiones. Si el arte callejero es en gran parte asociado a la crítica social y política, a una expresión antisistema que interviene el espacio público con el fin de atraer la atención de los transeúntes, lo cierto es que hay artistas más institucionalmente aceptados que otros -lo quieran o no-. Entre ellos, Banksy y Shephard Fairey. El primero, por el privilegio de aceptación que goza con respecto a sus obras, las cuales son protegidas, y criticado por otros artistas del rubro por promover un mensaje anticapitalista cuando simultáneamente trabaja para empresas como Puma o MTV. El segundo, Shephard Fairey, blanco de críticas similares, reconocido por haber realizado el famoso poster de Barack Obama con la leyenda “Hope” que fue utilizado por el actual presidente de Estados Unidos durante su campaña.
Ambos encarnan la figura de disputa respecto de cuál es el rol del artista urbano, las preguntas sobre el papel contestario o comercial que este arte tiene la potencialidad de poner en juego. No puedo evitar pensar en las palabras del sociólogo Stuart Hall, quien señalaba que la cultura popular no debe ser pensada ni como pura autonomía ni como puro encapsulamiento sino en su tensión continua con la cultura dominante. En algún punto, podríamos pensar que lo que hacen aquellos artistas que llegan a un punto alto de reconocimiento y aceptación en el Estado y el mercado, como Banksy, es tomar esas herramientas del sistema y hacerlas trabajar en otro sentido: subversivo, cuestionador. Poner a funcionar el “arte de hacer jugadas en el campo del otro”, como diría el filósofo Michel De Certeau. La pregunta sobre si esto es sumisión o resistencia se sostiene en el tiempo y es inabarcable. E imposible de responder una vez y para siempre.
Lo cierto es que el street art londinense es un espacio, como todo, de disputa. Algunas obras quedan cristalizadas en sus paredes, inamovibles. Otras aparecen y desaparecen en términos de días, semanas o meses. No puedo evitar escuchar al guía hablar de esta fugacidad sin estremecerme un poco. ¿No es ese acaso el objetivo del arte? ¿Estremecernos?
El East End estremece. Y en esa sacudida provoca un movimiento tal que el arte callejero entra a las galerías de arte. StolenSpace es una de ellas. Según sus palabras, se trata de una galería que deja entrar la vitalidad de un ambiente que fue por largo tiempo pasado por alto por galerías y museos. Los artistas que conviven en sus muestras, pueden provenir del graffiti o no hacerlo, pero “todos están influenciados por la subcultura prevaleciente en la sociedad donde hay pocas reglas y todo es posible”.
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Jack, el sucio Dick y la sucia Londres
Todo es posible, decimos, y vamos directo a otra parte del East End, Whitechapel. El barrio donde Jack el Destripador, el famoso asesino serial, cometió sus crímenes.
En la esquina de Commercial Street y Fournier Street, se encuentra The Ten Bells, un pub que data de mediados del siglo XVIII y al que se asocian dos de sus víctimas, Annie Chapman y Mary Jane Kelly. La primera, por tomar algo allí antes de ser asesinada. La segunda, por prostituirse en esa misma esquina.
Los bautismos poco afortunados nunca faltan. Y tampoco iban a hacerlo entre 1976 y 1988, cuando el nombre del bar cambió a “Jack El Destripador” y el pub se transformó en una exposición de objetos relacionados al asesino. Una campaña en contra de que semejantes asesinatos fueran festejados y transformados en moda, le devolvió al pub su nombre original.
Pero, si de bautismos ¿desafortunados? se trata, otro bar de la zona se lleva todas las miradas: Dirty Dicks. El mito se esconde tras la figura de Nathaniel Bentley, un próspero hombre de negocios de mediados del siglo XVIII, dueño de una ferretería y un almacén, que, tras la muerte de su prometida, se niega a limpiar. Y limpiarse.
Su casa y almacén se vuelven tan sucios que Bentley se transforma en una celebridad de la suciedad. A su muerte, los dueños sucesivos de este espacio capitalizan la leyenda manteniendo las telas de araña y el polvo, así como los gatos muertos, hasta que autoridades de la ciudad piden cerrarlo. Hoy, el pub mantiene las paredes y el techo originales, así como accesorios y reliquias en exposición.
Pero Bentley no era el único sucio por aquellos años. Londres, la pulcra Londres de los estereotipos, bueno…no lo era tanto. Mientras caminamos, noto la pequeña inclinación del suelo en el medio de la calle. El sistema de cloaca londinense pasaba por aquí. “¿Por qué se creen que los largos tapados de los caballeros eran negros, sino?”, dice el guía y pasa a contarnos el período del Gran Hedor londinense. Durante el mismo, los residuos domésticos, en aumento tras la introducción del inodoro en las casas, se descargaban en pozos negros, que, al rebalsar, terminaban en los desagües de las calles. Sí, en esa zanja que atravesaba el espacio por el que caminábamos y por el que caminaban estos caballeros de tapado allá por 1858. Los desechos corrían por las calles hasta llegar al río Támesis. Ese verano fue tan cálido que las bacterias prosperaron en el desborde de residuos y el olor fue peculiarmente abrumador. El problema fue resuelto tras aceptarse en 1859, un proyecto de alcantarillado, que tenía el fin de terminar con la epidemia de cólera existente en la época.
El lado B (para seguir con la mentira binaria) se extiende bajo tierra. Y no, no hablo del tan afamado subte londinense.
Bajando tan sólo unos escalones del nivel del piso: vidrio y huesos. Los huesos pertenecen a lo que es conocido como Charnel House, una cripta construida con el fin de depositar los huesos humanos que eran desenterrados en la excavación de tumbas. Esta práctica era frecuente en aquellos países donde el terreno para cementerios era escaso, permitiendo que los cuerpos fueran enterrados por tan sólo cinco años, para después ser removidos y dejar el lugar libre para ser reutilizado. Esta cripta, en particular, fue construida en 1320 como parte de St Mary Spital, un complejo religioso que incluía un hospital, una enfermería, un monasterio, un cementerio y una iglesia. Su hospital era uno de los más grandes de la Inglaterra medieval. Disuelto junto al Monasterio en 1549 bajo el mandato de Henry VIII, la mayoría de los huesos fueron removidos y la cripta demolida con el paso del tiempo. Habiendo permanecido olvidada bajo los jardines de las casas adosadas, fue encontrada en 1999 tras excavaciones arqueológicas y puesta en exhibición en un patio hundido debajo del nivel del suelo.
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Las múltiples Londres
Los flujos migratorios fueron una constante de la zona. Allá por 1685, los hugonotes, refugiados protestantes franceses, se establecieron en la zona para desarrollar la industria de la seda. Hoy puede acompañarse a una imaginaria familia de hugonotes del siglo XVIII visitando Dennis Severs’ House en Folgate Street. El lugar se define como una cápsula del tiempo abierta al público, que recrea en sus habitaciones la vida de una familia de la época a través de sonidos, olores e imágenes.
A lo hugonotes, se sumaron los tejedores irlandeses, movidos por la declinación de la industria del lino. Si bien la industria de la seda permitió el crecimiento de Spitalfields y la construcción de mansiones urbanas, la era victoriana vio sufrir una larga declinación en esta industria, siendo las viejas viviendas de los mercaderes transformadas en villas superpobladas.
Cuando en 1860 se permite la importación de seda barata desde Francia, los tejedores de Spitalfields quedan directamente en la indigencia, y nuevos negocios se desarrollan en la zona, pasando las casas de los hugonotes a transformarse en lugares aptos para el desarrollo de la sastrería y otras industrias por parte de judíos refugiados que llegaban al East End londinense.
A fines de siglo 20, la presencia judía disminuye y es reemplazada por un flujo fuerte de inmigrantes de Bangladesh, quienes también se dedican principalmente a trabajar la industria textil. Durante la década del 70, las políticas respecto de la inmigración califican a los bangladesís como ciudadanos de segunda clase y la recesión causa el pedido de medidas más duras para mantener fuera del mercado laboral a los inmigrantes, transformándose la frase British jobs for British workers -trabajos británicos para trabajadores británicos- en un slogan que sólo potenció los ataques racistas. Y que suena tan familiar y contemporáneo como aborrecible y lamentable. Las familias bangladesís tuvieron que soportar que se arrojaran rocas a sus ventanas y se esparciera excremento en sus puertas, mientras que, en respuesta a estos hechos, se originó una serie de movimientos anti-racistas que luchaban por la unidad de los trabajadores.
El punto álgido de los ataques se dio, sin embargo, cuando en mayo de 1978 se produjo el asesinato de Altab Ali, un trabajador bangladesí. En su memoria, y en la de todas las víctimas de ataques racistas, se nombró Altab Ali Park al parque donde anteriormente se encontraba St. Mary Matfelon, la vieja capilla blanca que le dio a la zona el nombre de Whitechapel y que fue destruida por última vez en el Blitz en 1940, quedando de ella sólo el suelo y algunas tumbas. Un arco de estilo bangladesí en su entrada es el símbolo de la convivencia de las diferentes culturas en el Este de Londres.
Banglatown es el nombre que hoy recibe la calle del East End que es formalmente conocida como Brick Lane, cuyo nombre se debe a las fábricas de ladrillos ubicadas allí en el siglo XVI. Hoy, Brick Lane es el mejor ejemplo de esa amalgama de lo cool y lo marginal que caracteriza a todo el este londinense. Entre los bares “trendy” y las galerías de moda, y rodeando el centro financiero de uno de los mayores imperios del mundo, es una de las áreas más históricamente desfavorecidas de Inglaterra. El proceso que pareciera cambiar esta imagen, al menos -y potencialmente- en su fachada, es el de la gentrificación del East End londinense, esto es, una transformación urbana en la que se “regenera” un barrio pobre, aumentándose los precios de las viviendas y desplazando a la población original por una de mayor nivel adquisitivo.
Hoy, áreas como la que ocupa Brick Lane se autodefinen como en algún pasado marginales, pero actualmente escenario de la movida “cool” londinense, sede de eventos de moda y tiendas de diseño. Un ejemplo de esto es el Old Spitalfields Market, uno de los mercados más turísticos de Londres. Se trata de una antigua casona victoriana refaccionada, que desde 1638 existió como mercado de alimentos, y hoy es un espacio abierto toda la semana donde conviven objetos retro y comida especiada, ropa vintage y accesorios tribales.
No puedo evitar preguntarme si la fachada dinámica y cool del East End es puro maquillaje. Es innegable su existencia y, no puedo mentir, su atractivo. Pero también lo es el hecho de que los problemas y desigualdades de fondo no se solucionan con una simple “revitalización”. Sólo se desplazan.
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Cómo llegar
Se puede llegar al East End a través de las estaciones de subte más cercanas, Aldgate East y Liverpool Street, o a través del London Overground, bajando en la estación Shoreditch High Street.